A fondo
A través de la entrevista de esta sección, Guillermo de Vicente nos ofrece su particular visión sobre el sumi-e, los materiales y motivos de este tipo de pintura y algunas de las claves que la diferencian de la pintura occidental.
Según dice, iniciarse en el aprendizaje del sumi-e supone adentrarse en un camino de armonía y serenidad, ¿puede explicarnos por qué?
Porque además de hacernos olvidar el estrés y las tensiones de nuestra actividad diaria, constituye una herramienta efectiva para conocernos mejor y emprender un camino de espiritualidad personal. De hecho, el sumi-e, como el ikebana (arreglos florales), el chado (ceremonia del té), el kyudo (tiro con arco), el zazen (meditación) o el shodo (caligrafía) es una de las múltiples vías del zen.
Por ello suelo decir que el sumi-e nos permite “reencontrarnos con nosotros mismos y reconciliarnos con el entorno en el que vivimos”. De hecho, ell sumi-e posee el potencial de dotar a nuestra pintura de un ritmo espiritual que solo se muestra cuando el pincel sigue el impulso de nuestro corazón y de nuestra mente.
¿Hay que usar materiales especiales para practicar este tipo de pintura?
Hay cuatro elementos que son esenciales, pero ni son costosos ni resultan difíciles de encontrar. Son los denominados “Cuatro Tesoros del Erudito” (Bunbou Shishou): sumi (tinta), suzuri (tintero o piedra de tinta), fude (pincel) y kami (papel).
Aunque se puede usar tinta líquida, si deseamos experimentar el efecto meditativo del sumi-e y determinar la densidad de la tinta, no podemos prescindir de una “piedra de moler” ni de las barras de tinta.
Otros materiales complementarios de los anteriores son el shitajiki (fieltro negro que se coloca bajo el papel para evitar que la tinta manche la mesa), el bunchin (un pisapapeles para evitar que se nos mueva el papel mientras pintamos en él) y quizá el fudemaki (una esterilla para guardar y trasladar los pinceles).
¿Se puede pintar cualquier motivo?
Se puede pero, como en cualquier otra disciplina relacionada con el zen, es preciso conocer la técnica e interiorizar sus normas primero. Precisamente exiten cuatro motivos pictóricos tradicionales que es preferible abordar de manera secuecial.
Si lo hacemos así, iremos descubriendo los trazos y pinceladas que nos permitirán ir consolidando la técnica y disfrutar cuando nos “olvidemos” de ella más tarde del instante en el que el pincel comience a expresar nuestros sentimientos y emociones. Esos cuatro motivos pictóricos tradicionales son los denominados “Cuatro Honorables Caballeros” (Shikunshi).
Cada uno de ellos nos permitirá conocer las diferentes maneras de sujetar el pincel, practicar diferentes tipos de cargas y trazos… comprobando los resultados y familiarizarnos con sus reglas.
¿Quiénes son esos cuatro caballeros que representan los motivos tradicionales de este tipo de pintura?
Son cuatro motivos tradicionales, todos ellos relacionados con las plantas. Cada uno tiene su propia personalidad, sus señas de identidad. Cada uno exige una forma diferente de sujetar el pncel, de cargarlo,… y de expresarse en el papel. Son estos cuatro:
Take, el bambú, es el primero. Simboliza el verano y está asociado a la integridad personal. El bambú, siempre verde y erguido, se mantiene inalterable gracias a dos de sus cualidades más valoradas, la fortaleza y la flexibilidad. Con él descubriremos el significado de la constancia y la tenacidad, el valor de la determinación y de la rectitud.
Ran, la orquídea, es el segundo. Anticipa la llegada de la primavera y se asocia a la modestia y la humildad. Al pintar a la orquídea silvestre podremos percibir su delicadeza y vulnerabilidad. A través de cada trazo aprenderemos a valorar la grandeza de detalles aparentemente pequeños e insignificantes.
Ume, el ciruelo florido, es el tercero. Precisamente, la floración del ciruelo antes de que termine el invierno es una de las imágenes más representativas de la iconografía japonesa. Sus gruesas y viejas ramas, retorcidas e irregulares, de las que cada año vuelven a surgir brotes nuevos repletos de vitalidad, representan su capacidad de resistencia, perseverancia y renovación permanente, independientemente de la edad que tengamos.
Kiku, el crisantemo, finalmente es el cuarto: el emblema de la familia real nipona es también el símbolo del otoño tardío. Quizá por ello el crisantemo está asociado a la idea de unión y sentido de pertenencia en las que cada miembro de una familia, sin renunciar a su propia identidad personal, entiende que forma parte de un todo que le trasciende.
Según eso, puede deducirse que el sumi-e va más lejos que la pintura convencional…
El sumi-e es un arte, sin duda, pero trasciende la forma occidental de entender dicha disciplina. Asienta sus raíces en la pintura de los letrados de la antigua China y está estrechamente relacionado con el Budismo Ch’an (Zen).
Se fundamenta en la regla de la pincelada única y, como ya hemos comentado, es capaz de dotar a la pintura de un ritmo espiritual cuando el pincel sigue el impulso de la mente y el corazón del pintor. Desde esta perspectiva, la pintura deja de ser un ejercicio estético y se convierte en una práctica de meditación, de búsqueda del propio yo en el motivo representado.
Esta cita del pintor y calígrafo chino Su Dongpo, uno de los pintores letrados de la Dinastía Song refleja este aspecto: “Mis bambúes no tienen secciones, ¿qué hay de extraño en ello? Son bambúes nacidos en mi corazón, y no de esos que los ojos solo miran desde fuera”.
¿Cómo discernir, entonces, entre pintura convencional y pintura zen?
Bueno, quizá la manera menos arriesgada de responder a esa pregunta sea traer a colación a Sinichi Hisamatsu, un esteta que tras estudiar en profundidad una pintura del siglo XV, obra del conocido Toyo Sesshu, enumera siete características que dan sentido a la pintura zen: la asimetría, la simplicidad, la austeridad o vetustez, la naturalidad, la profundidad, el desapego o informalidad y la tranquilidad.
Pero seguramente el concepto de vacío (ku) es el elemento que da sentido a los demás. Interviene en todos los niveles de la pintura. Aunque se manifiesta en la austeridad y en la asimetría que caracterizan a esta pintura, va más allá de su mero valor compositivo o estético.
Para pintar desde el alma, el pintor debe deshacerse de su ego, y tener la mente en calma para mostrarse sereno y revelar la profundidad, el verdadero alcance del motivo representado.
Deberá conocerse “de memoria” la naturaleza, su mejor maestra, y haber interiorizado las normas. Por otro lado, cada humilde pincelada, cada trazo del pincel, es también “único”, por ello representa la unidad de medida universal de las formas y es la clave de toda creación.
Finalmente, ¿qué hace falta para practicar este tipo de pintura?
Para practicar el sumi-e no es preciso tener conocimientos previos de dibujo, color o pintura. Además, en nuestros talleres los contenidos y el ritmo de las sesiones se adaptan a cada participante de forma individual y personalizada.
No competimos ni nos comparamos con los demás. Compartimos nuestros conocimientos y aprendemos juntos, todos, de los maestros y de nosotros mismos.
Lo único imprescindible es acercarse al sumí-e con humildad y ganas de disfrutar y compartir todo lo bueno que haya cada uno de nosotros.
Gracias
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Guillermo de Vicente
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